sábado, 13 de junio de 2020

En febrero de este año mi sobrino de 4 años tuvo una complicación de salud. Durante varios días no sabíamos si saldría de eso, y durante varias semanas no sabíamos si iba a volver a ser el mismo. El pequeño testarudo no estaba dispuesto a permitir que esto lo afecte y al poco tiempo teníamos andaba por la vida completamente recargado.


En medio del estrés y la incertidumbre de esos fatídicos días no pude evitar volver sobre ciertos conceptos y reflexiones. Pero uno de ellos en especial: Todo en la vida pasa por un motivo.
La mayoría de las personas que conozco y admiro lo creen. Grandes personalidades con increíbles historias de vida lo creen. Yo no.
Creo que las personas tenemos una capacidad excepcional para aprender de nuestras experiencias, y me parece que con una mentalidad correcta estas experiencias nos elevan por encima de nuestro Yo pasado. Terminamos en un mejor lugar siendo, objetivamente, mejores. Pero ¿no es algo natural? Un círculo vicioso de vivir, aprender y volver a vivir.


Una de las cosas que más aterra a las personas es la falta de sentido, de algo más grande que nosotros que pueda explicarlo todo. Especialmente en una sociedad donde la religión está prácticamente extinta y las ideas de esta época son las que definen más o menos qué es lo que vamos a pensar.
Hoy hasta el que quiere ser diferente lo hace muchas veces por contraposición a lo normal. Termina siendo reaccionario hacia aquello a lo que se quiere oponer y, paradójicamente, conforma una nueva normalidad. Pero eso es tema para otro texto.
La falta de sentido y el absurdo asustan a las personas porque las privan de su red de contención espiritual y las enfrentan a la realidad: No hay un plan maestro, ni motivos, ni nada.
Mi sobrino lo logró, pero todos los días hay tantos otros que no corren con la misma suerte. ¿Me van a decir que hay un motivo para ello? ¿Que una voluntad mayor puede arrancar de este mundo a un niño de 4 años y que está bien porque hay una lección que aprender? ¿Para quién? ¿Para mí? ¿Acaso esto es el Show de Truman y yo soy el único protagonista? ¿Qué hay de él?
El destino no existe. Son el azar, el caos y nuestras propias acciones las que en conjunto nos van llevan por la vida. Y eso es lo bello.


Mucha gente encuentra paz en creer que el destino está escrito. Yo encuentro belleza en pensar que lo único real es la existencia. Una existencia tan frágil que puede ser arrebatada en cualquier momento. Una existencia que, si la entendemos de esta manera, nos obliga a no darla por sentada y realmente apreciarla mientras aún la tenemos.